viernes, 7 de enero de 2011

Enfermedad

Cada calle de la ciudad como río invisible
 irreparablemente me arrastra a ti  
a lo que aún arde de tu historia en algún muro
al ademán de tu enfermedad regada en mis horas.
Cada árbol ondea con cierta gallardía
el signo de tu alta tristeza
cada anuncio  propone el callado vibrar de tu labio.

He de sentar a mi lado aquel  pintor que no halló tu sonrisa
porque sé que intacta en algún registro de su memoria
resides, sin mí,  sin el peso de las visiones.
Después en otra ciudad, bajo otro tiempo, 
tres veces  he de negar tu nombre

jueves, 28 de octubre de 2010

Vaivén

                                                                A Jenni

El mar –arte antiguo- toma las palabras
las lava, las duerme y las devuelve para
desentrañar el misterio. Decir por ejemplo:
“mientras el sinsonte alcanza su nota más alta
más hondo el extravío de algún hombre” o
“a través de la savia que corona al árbol milenario
viaja también el latido de  ínfima criatura”.

El mar es una idea por eso prevalece.

Primitivo

Aún en el asombro del primer fuego
el hombre vislumbró también,
en el centelleo de la brasa encendida,
desfilar el primer cometa.

Canto natural

Me pides que cante
amada mía,
a mí, que anudo palabras, versos?

Canta el sinsonte
herido de tiempo y viento en cuya tonada respira la noche completa.

Canta el árbol en medio de la espesura, y en él
el pájaro diminuto que muere para hacerse melodía, raíz latente,
visión fugaz que atraviesa el alma de la jungla.

Rapsodia del errante

I
Acá en esta orilla haces presencia
y corres, corres a través del estrecho
sendero de la luna de mis noches tristes
que sin reparos lava el milagro
de tu vientre absoluto y constante.

Pero vuelves a mí
ultrajada, confusa por este ineficaz recuerdo


II
He aquí que me levanto
que alzo el vuelo
que festejo el día
y desde el amplio abril de la avena
mi nombre es apenas una sucesión de lenguas.

Ya la sangre hierve
ya estoy pariendo al guerrero, al sabio,
a la insensatez y la opulencia.

Ya los ejércitos del olvido tejen su color
en las líneas de mi mano.

III
Acaso no entiendes
que estoy perdido
que vago a través de estas cuerdas de la vida
como malabarista viejo y cansado.
Devuélveme ya a casa.

Acaso no entiendes
que padezco el alto exilio de tu beso.

IV
Yo vi encallar al viejo galeón
y bajo la sumatoria de los días
vi apagar su vela.
Yo vi nacer el nido más alto
de un ave opulenta.

Y desde la nebulosidad de mi ojo
sentí el blanco aleteo de un ave
o de una vela.

Todo esto sobrevino sin ti a mi lado.

Semi-dios

No vengas a mí a hablar de soledad
pues, he sentado a mi lado
en un mismo instante al infinito y Adán.

Ni de ausencias
pues en algún tiempo Troya limitó
en una línea de mi mano.

Yo cree la oscuridad del cuervo y la palabra muerte,
aún latente, la amarré a un giro del viento.
Escribí con la misma tinta cada imagen que el hombre reinventa.
Pero cometí un  error: ¡le di alas al amor!

Agujas del tiempo

Largas horas se sentaba la abuela a tejer.
El mundo, sujeto al péndulo de su mecedora de mimbre,
oía reventar las cosechas, relampaguear el río.
Los días pasaban suaves como la mano de un dios 
sobre la cabeza del  afligido
Una fiesta de hilos se propagaba por el corredor, el traspatio,
saltaba por los calados del cuarto de chécheres, espantaba gatos.
Yo la observaba en la comodidad que solo brinda la niñez. Sin entender.

Muchos años después, aún sin entender,
las agujas inexorables de la abuela vuelven cada día
para bordar  la soledad en  mis ojos.